Una ciudad donde, por suerte, tengo mi lugar con vista al cielo
bajo uno de los innumerables techos Parisinos,
desde donde se ven sin fin otros y otros semejantes techos.
París del cual me enamoré con el fulgor de un flechazo. Y que no dejo de querer con la fulminación de aquel primer instante.
Avenida "Trudaine" una tarde de primavera...
la calle "Condorcet" fuera de si...
Un océano al revés, demente y
ebrio de arquitectura
y de nuestro arte cuotidiano
con (como todo océano que se respecta) sus derrelictos
y sus piratas. Como aquel que, al lado del Centro Beaubourg, y porque seguramente no amaba el arte moderno e intelectual, trató de hacerlo explotar con una bomba artesanal...
Sin embargo una bomba que no acaba de estallar a cada momento es la de la Belleza sin pudor
al alcance de cada uno
y encontrada (salvo de mantener los ojos cerrados) en prácticamente cualquier vuelta.
Un paraíso Pitagórico hecho de misteriosas siluetas nocturnas
de ángulos soleados
y de líneas perfectamente rotas, asimétricas en apariencia. Como el pavimento que es, sin parecerlo, rigurosamente (¿des?)ordenado.
Adonde mires, la grieta en 'V' entre las calles
te hacen pensar a la que separa a Jesús y a Maria Magdalena en la famosa Cena (o más bien puesta en escena) de Leonardo.
Calles atrapadas en el sueño loco
de un arquitecto drogado con la geometría de lo Hermoso.
Donde el día de ayer no se deja comer por el día de hoy.
Ni vice-versa.
Después de obligadas incursiones en el vientre de la ballena
puedes dar de repente con el ballet (¡clásico!) de las nubecitas sabiamente repartidas por encima de un barco tratando de deslizarse furtivamente bajo el arco acogedor de un puente más resignado.
Para ver después de sólo algunos pasos las mismas nubes del otro lado de la "escena". Esta vez bajo un ángulo distinto abriendo perspectivas a volver celoso al horizonte mismo.
O para descubrir más allá otras nubes, replicas de las de antes, pero esta vez artificiales,
pintadas de prisa con un barato spray plateado y suspendidas sobre algún vestigio de una noche ardiente un poco demasiado rociada por una botella de ... bencina.
Y luego, visto de otro puente, como en la vitrina de un joyero muy 'Place Vendôme' te puede golpear el destello de diamante de un sol que no está todavía dispuesto de rendirse y andar a dormir.
El rojo y el negro se pueden materializar a cualquier momento.
Como el misterio Stendhaliano de una romántica puerta bermeja con, de bajo, un corazón (aun más rojo) haciendo sobre la vereda carrera callejera a vista de todos.
Al lado de una austera puerta negra, sombría como la promesa de un viaje al cabo del otro lado de la noche...
Lo que me hace pensar a la mía iluminada como en un sueño de antes de amanecer.
En plena luz - un afiche de circo, una bicicleta apoyada a un muro al lado del vestigio de una historia íntima, arrojado al asfalto después de Dios sabe que escena de triangulo doméstico (el muy parisino ménage à trois) bajo la mirada discretamente espía del sempiterno observador detrás de la esquina.
París, una ciudad de todos los colores donde una coliflor violeta no asombra a nadie,
mientras un Gospel y un Vivaldi no tienen absolutamente ningún problema en mostrarse juntos al lado de un púdico « Old England »...
París - ciudad enigma
donde las soledades
pueden cohabitar entre ellas con la inocencia de un paraíso no perdido.
Un Par(a)ís(o) con cara todavía (a pesar de todo) humana perteneciendo a todos y a cada uno donde uno puede (abriendo bien los ojos) encontrar algo que le corresponda.
Y, en fin, unos nubecitangelitos (sic) desnudos, pequeños nuanges* (re-sic), sobrevolando las cúpulas de nave espacial de la iglesia del Sagrado Corazón sonriente como una novia del campo, bajo un sol del mes de agosto, a través los exuberantes matices de verde del "Square d'Anvers" justo al lado de mi casa...